jueves, 26 de agosto de 2010

La casa de Don Fermin


A principios de la década de los 40, mi abuela era una niña de unos 7 u 8 años de edad. Una niña común para la época, que iba a la escuela y que, a diferencia de los chicos hoy en día, salía a la calle a divertirse con sus amigos ya que en aquellos años no había ningún riesgo…
Como dije, asistía a la escuela, más precisamente al Colegio Nuestra Señora de la Merced, uno de los colegios más concurridos del lugar, que no era mixto (era solo para niñas). Ella, al vivir en la actual calle 10 (ya que en esa época no era la misma numeración) a dos cuadras de la Av. Mitre, tenía que caminar esas cuadras para llegar al colegio.
De esta manera todos los días pasaba por la esquina de la calle 12 y “Mitre” (como se solía y se suele llamar a la avenida) en donde había un caserón antiguo (seguramente de principios de siglo) al cual llamaban la casa de Don Fermín…
Fermín había sido el dueño de este caserón desde que fue construido hasta su propia muerte (ocurrida unos pocos años atrás).
La construcción era difícil de evadir con la vista, todo aquel que pasaba por allí veía esa enorme y particular construcción en medio de casas bajas propias de un lugar que todavía se estaba poblando, que todavía se estaba creando; Berazategui no era un municipio, era simplemente un “pueblo” que alcanzaría su “independencia” de Quilmes recién en el año 1960.
Pero volviendo al tema del caserón, era una edificación no muy alta pero imponente, con sus ventanas totalmente rectangulares e iguales y su gran puerta principal de dos alas que siempre se mantenía cerrada, podía llamar la atención de cualquiera. A sus alrededores había grandes jardines que siempre, tanto en invierno como en verano, se mantenían poblados de plantas y flores varias en buen estado…
Fermín no vivió solo en aquel lugar, sino que también vivieron con él tres señoras también mayores, las cuales no habían muerto y seguían habitando la casa.
Aunque nunca habló con ellas, mi abuela cuenta que a menudo las veía y que (por ser una niña) se impresionaba al verlas, ya que siempre que se mostraban estaban vestidas con camisones largos y blancos, sin mantener ninguna relación con nadie y caminando siempre juntas, cuidando las plantas del jardín o removiendo tierra, como si el jardín les fuera una obsesión, especialmente la parte más cercana a la puerta de la casa, en donde había un grupo de rosas rojas siempre florecidas…
Como es de esperar en cualquier persona mayor, las habitantes del caserón estaban enfermas (causa por la cual siempre estaban vestidas de esa forma ya que no salían de su casa) y fueron muriendo con el tiempo (no sé bien cuándo pero mi abuela ya era mayor, es decir, ya no iba al colegio). Según mi abuela era visible su enfermedad, ya que eran personas extremadamente flacas, arrugadas y con aspecto débil, como si ya estuvieran en el límite entre la vida y la muerte.
Desde el momento de sus desapariciones la casa quedó deshabitada, sus jardines sin alguien que los cuide ni los transite y por eso todo se fue deteriorando.
En ese estado de deterioro, la construcción comenzó a ser partícipe de muchas historias de misterio, pero hubo una en particular en la que mucha gente coincide, incluyendo a mi abuela…
Ella y muchos de sus conocidos cuentan haber visto en los grandes y arruinados jardines del lugar a estas señoras (que ya habían muerto) deambulando por entre los caminos casi tapados de hojas, arreglando las plantas del jardín que ya ni existían o acarreando tierra de un lugar a otro aunque la tierra siempre estaba igual. Lo cierto del caso es que desde ese momento hasta la demolición total de la casa (bastante tiempo después), en el jardín, a pesar del pastizal que creció con el tiempo y el deterioro que hubo, las rosas cercanas a la puerta siguieron viviendo y floreciendo año tras año, rojas como siempre, como si alguien las mantuviera en estado todos los días…
Quizás eran gente común pero, como sucede a veces, por alguna historia, estas señoras habían adquirido un carácter siniestro (carácter que mi abuela creyó y que, cada vez que las veía cuando era niña, hacía que quisiera pasar rápido por el lugar para no tener que divisarlas de nuevo).
Todos los que creyeron vislumbrarlas luego de su muerte, recuerdan la historia cada vez que pasan por el lugar, hoy en día ocupado por una sodería y un conjunto de departamentos, y las recuerdan a ellas, vistiendo esos largos camisones, como si nunca hubieran salido de la casa, como si nunca se hubieran ido ni se quisieran ir…

Fin.
Agustin Morellato

2 comentarios:

  1. Muy buena, interesante, me da un poco de miedo por que esta cercad de mi casa!! Melisa De Simone

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  2. Esaa bien agustin, esta buena :)

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